Si una pareja se encuentra en proceso de
divorcio, debe tener en cuenta:
1º El problema es con su pareja, nunca con sus hijos.
2º La única forma en que sus hijos no sufran durante la separación o
divorcio es que los padres estén plenamente conscientes de que deben
explicarles claramente la situación a ellos y decirles que,
independientemente de la decisión que tomen, ambos cónyuges seguirán
queriéndolos y ayudándolos.
3º Si
no hay más remedio que el divorcio, siempre será preferible una
separación amistosa que una conflictiva, por el bienestar y seguridad
de los hijos y de la propia pareja.
4º
Hay que hacer un gran esfuerzo para superar el rencor y la rabia, pero
es indispensable por el bien de todos sobre todo y ante todo el de los hijos procreados en la relación.
Reflexionemos:
Los padres que se están divorciando se preocupan a menudo acerca del
efecto que el divorcio tendrá en sus hijos. Los padres se preocupan
principalmente por sus propios problemas, pero a la vez están
conscientes de que son las personas más importantes en la vida de sus
hijos.
Los padres se pueden sentir o desconsolados o contentos por su divorcio,
pero invariablemente los niños se sienten asustados y confundidos por
la amenaza a su seguridad personal. Algunos padres se sienten tan
heridos y abrumados por el divorcio que buscan la ayuda y el consuelo
de sus hijos. Los hijos no pueden entender el divorcio y los padres
deben explicarles lo que está pasando, cómo se afectan y cuál será
su suerte.
Los niños pueden creer que son la causa del conflicto entre sus padres.
Muchos niños tratan de hacerse responsables de reconciliar a sus
padres y muchas veces se sacrifican a sí mismos en el proceso. La pérdida
traumática de uno o de ambos padres debido al divorcio puede hacerlos
vulnerables a enfermedades físicas y mentales.
Los padres deben percatarse de las señales de estrés persistentes en
sus hijos. Estas señales pueden incluir la falta de interés en la
escuela, por los amigos o aún al entretenerse. Otros indicios son el
dormir muy poco o demasiado y el ser rebeldes y argumentativos con los
familiares.
Los niños han de saber que su mamá y su papá seguirán siendo sus
padres aún si el matrimonio se termina y los padres no viven juntos.
Las disputas prolongadas acerca de la custodia de los hijos o el
presionar a los niños para que se pongan de parte del papá o de la
mamá le pueden hacer mucho daño a los hijos y puede acrecentar el daño
que les hace el divorcio.
La continuación de la obligación de los padres por el bienestar de los
hijos es vital. Si el niño parece tener indicios de estrés, los
padres deben consultar con su médico de familia o pediatra para que
lo refiera a un psiquiatra de niños y adolescentes. El psiquiatra
podrá evaluar y darle tratamiento al niño para aliviar las causas
del estrés. Además, el psiquiatra podrá aconsejar a los padres ayudándolos
a minimizar los problemas que causa el divorcio en la familia.
LA
SEPARACIÓN Y EL DIVORCIO,
CUANDO NO HAY MÁS REMEDIO
CUANDO NO HAY MÁS REMEDIO
Para los psicólogos, la separación y el divorcio son alternativas por
las cuales puede pasar la pareja en un momento dado de su vida.
Lamentablemente, existen circunstancias que, en ocasiones, escapan al
control emocional y racional de los cónyuges y la separación y/o el
divorcio, se convierten en herramientas que pueden evitar un mal
mayor.
Fomentamos la familia y procuramos resolver los problemas de pareja que
puedan conducir a una separación, sin embargo, existen sin duda
circunstancias que obligan al terapeuta familiar a considerar, en
ocasiones, estas posibilidades.
LAS DIMENSIONES DEL PROBLEMA A NIVEL PSICOLÓGICO
En los Estados Unidos, uno de cada dos matrimonios se divorcian. En
Inglaterra y Francia, uno de cada tres. Ejemplos que son
significativos de cómo el divorcio avanza en los países
desarrollados. Más del 40% de los niños de estos países, vivirán
con sus padres durante su primera etapa de la niñez y -luego de un
divorcio- con uno de sus padres y su nueva pareja, en la segunda etapa
de su vida.
La intensidad de las emociones, el dolor, las ofensas, el rencor y otros
sentimientos provocan un daño profundo en la pareja difícil de recuperar. Por otro lado, la victimización
de los hijos atrapados en la "batalla conyugal", produce
deterioros psicológicos irreparables en la psiquis de los menores.
En el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Michigan se
encontró que los hijos de divorciados eran tratados en una proporción
de dos a uno con la población general. Estos niños sufrían, en la
mayoría de los casos, síntomas asociados a la falta de control en la
agresión. En los más pequeños, la agresividad era contra los padres
separados y los hermanos. En los mayores, ya adolescentes, el problema
tomaba forma de actos antisociales y de delincuencia, así como
alcoholismo y adicción a las drogas.
En los casos de las hijas de divorciadas adolescentes se encontró
frecuencia de promiscuidad sexual, en mayor proporción que las hijas
de matrimonios no divorciados.
Otros autores han enfatizado la importancia de la depresión en el
cuadro clínico de los niños de padres divorciados. En una
investigación, también en los Estados Unidos, entre niños tratados
como pacientes psiquiátricos ambulatorios de depresión media y
severa, un alto porcentaje de la muestra era de niños de padres
divorciados.
En un estudio de seguimiento de una muestra nacional de 5.362 niños
nacidos en la misma semana de 1946 en Inglaterra, se encontró que el
36.5% de los hombres cuyas familias se habían visto afectadas por un
divorcio o separación antes de los cinco años, sufrían algún tipo
de psicopatología o falta de ajuste social y fueron hospitalizados
antes de los 26 años por enfermedades psiquiátricas de tipo afectivo
o por úlceras gástricas, colitis o se hicieron delincuentes hacia
los 21 años, comparados con el 17.9% de los hombres provenientes de
familias no divorciadas. En este mismo estudio de Wadsworth, Pekham y
Taylor (1985), también se encontró que el 26.3% de las mujeres cuyas
familias se rompieron antes de los 5 años, fueron hospitalizadas por
enfermedades psiquiátricas o por úlceras gástricas, colitis o se
hicieron delincuentes hacia los 21 años o se separaron o divorciaron
antes de los 26 o tuvieron hijos ilegítimos, comparadas con el 9.6%
de las familias que no sufrieron divorcio.
El 29% de los hombres cuyas familias se rompieron antes de que
cumplieran 16 años, sufrieron antes de los 26 años, problemas
psicopatológicos o de inadaptación social o se divorciaron o
separaron antes de los 26 años, comparados con el 18% de los hombres
de familias intactas.
El 21% de las mujeres cuyos padres se divorciaron antes de los 16 años,
hacia los 26 sufrieron lo mismo que los hombres o tuvieron hijos ilegítimos,
comparadas con el 10.1% de las mujeres de familias no divorciadas.
También en este interesante estudio longitudinal se demuestra que los
hombres de familia de clase social trabajadora, hijos de padres
divorciados, a la edad de 26 años, ganaban de forma significativa
menos ingresos si se los comparaba con los hombres de familia no
divorciados.
Igualmente encontraron que los hijos de ambos sexos, de padres
separados, tenían una vida académica significativamente menor que
sus pares de familias no divorciadas.
Es de hacer notar que los hijos de padres fallecidos tenían poca
repercusión en la diferencia en los logros académicos de hijos de
padres no divorciados, lo que demuestra que el divorcio impacta aún más
psicológicamente que la muerte que los seres queridos.
Los hallazgos indican que la separación y divorcio de los padres,
tienen un considerable perjuicio sobre la vida de los hijos que se
expresa en patologías psicológicas, inadaptación social, menores
logros educativos en ambos sexos y menores logros económicos en
hombres.
Ahora bien, lo que tendríamos que preguntarnos es si el daño lo
provoca la ausencia de uno de los padres o el propio trauma del
divorcio. Si observamos que el daño en los hijos de padres fallecidos
no es igual al de los hijos de padres divorciados, podríamos concluir
que más que la falta de uno de los padres es posiblemente los
elementos que componen la crisis del divorcio lo que traumaría
irreversiblemente a los hijos.
La mayoría de los divorcios están precedidos por meses o años de
disputas, ofensas, desamor, peleas, desilusiones y frustraciones.
En un primer lugar, las parejas comienzan con provocaciones mutuas, con
trato y vocabulario hostil y episodios de gritos y de abuso físico
verbal.
Allí los niños quedan amedrentados por las escenas, sin saber qué
hacer y se sienten desorientados, impotentes y tristes por la falta de
control de sus padres. Además los padres tienden a pedirles
solidaridad a los hijos -cada uno por su lado- generándoles graves
conflictos de decisión.
Posteriormente, si la pareja no logra manejar los conflictos y comienzan
un proceso de divorcio, inician un período de enfrentamiento por
distintas razones, sean por rencor, rabia o por la división del
patrimonio conyugal. En esta fase se intensifica la hostilidad, el
deseo de daño de uno al otro. Surge el odio, la amargura y a veces
hasta el deseo de venganza.
En esta etapa, la mayoría de las parejas piensa que quitándole los
hijos el uno al otro ganan la pelea, sin darse cuenta que le están
haciendo un gran mal a la psiquis de los muchachos.
De manera que, cuando la pareja se plantea un divorcio y no hay más
remedio, hay que tomar en cuenta todo lo expresado y procurar el mayor
esfuerzo en que no se generen tantos problemas. Aunque parezca difícil,
el divorcio o la separación debe ser acordada hasta donde se pueda y
negociada. El terapeuta familiar en este momento puede jugar un gran
papel, al ser el referee psicológico para juzgar lo que el juez legal no puede resolver.
va al segundo motivo de consulta, como lo es la presencia del "otro" o la "otra".
La mayoría de los problemas en la pareja recién casada, se fundamentan
en la falta de conocimiento de ellos mismos.
En menor grado aparecen otra razones, tales como problemas de cambio de
personalidad, trastornos psíquicos, problemas de alcoholismo, de drogas, desavenencias en la
educación y otros.
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